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3401229Diez de febrero de 1906https://www.gandhi.com.mx/diez-de-febrero-de-1906-1230005342013/phttps://gandhi.vtexassets.com/arquivos/ids/3919086/fb58c3b3-b490-47e7-9dac-68620ccbc210.jpg?v=638386074965430000205205MXNEdiciones LAVPInStock/Ebooks/3337726Diez de febrero de 1906205205https://www.gandhi.com.mx/diez-de-febrero-de-1906-1230005342013/phttps://gandhi.vtexassets.com/arquivos/ids/3919086/fb58c3b3-b490-47e7-9dac-68620ccbc210.jpg?v=638386074965430000InStockMXN99999DIEbook20211230005342013_W3siaWQiOiI2MjQ3YjM5MC0yN2U4LTQ3NjYtOWMyNC1kZjM2MGZlMWVhMDAiLCJsaXN0UHJpY2UiOjE4OCwiZGlzY291bnQiOjAsInNlbGxpbmdQcmljZSI6MTg4LCJpbmNsdWRlc1RheCI6dHJ1ZSwicHJpY2VUeXBlIjoiSXBwIiwiY3VycmVuY3kiOiJNWE4iLCJmcm9tIjoiMjAyNC0xMS0wNlQyMzowMDowMFoiLCJ0byI6IjIwMjQtMTEtMzBUMjM6NTk6NTlaIiwicmVnaW9uIjoiTVgiLCJpc1ByZW9yZGVyIjpmYWxzZX0seyJpZCI6Ijc3M2NhZTAyLTFhM2MtNGM0NC1iZTgzLTY5YWFiYTkxZWQ1MiIsImxpc3RQcmljZSI6MjAwLCJkaXNjb3VudCI6MCwic2VsbGluZ1ByaWNlIjoyMDAsImluY2x1ZGVzVGF4Ijp0cnVlLCJwcmljZVR5cGUiOiJJcHAiLCJjdXJyZW5jeSI6Ik1YTiIsImZyb20iOiIyMDI0LTEyLTAxVDAwOjAwOjAwWiIsInJlZ2lvbiI6Ik1YIiwiaXNQcmVvcmRlciI6ZmFsc2V9XQ==1230005342013_<p>Cuando concluyó la Guerra de los MI Días, sobrecogida de espanto, Colombia volvió la vista a los inmensos escombros hacinados por todos los ámbitos del país.</p><p>La guerra había aumentado el encono entre los partidos. Deja de haber sociedad, en el sentido de comunidad de afectos e intereses, cuando la discordia de tres años y medio convierte en enemigos implacables a liberales y conservadores, e instigada por ambiciosos intereses geopolíticos del gobierno de Estados Unidos, la dirigencia política panameña había traicionado a Colombia, separando el istmo del territorio nacional.</p><p>La represalia o la venganza eran aspiración común. Las deudas de sangre se cobraban por doquier. La ruina de las fortunas privadas, la pérdida de l0s medios de vivir, el desempleo, la destrucción de muchas empresas agrícolas e industriales, todo contribuía a aumentar el malestar y a exacerbar los ánimos.</p><p>En tales circunstancias, asumió el poder ejecutivo el general Rafael Reyes, elegido presidente por el voto de los colombianos.</p><p>Era necesario volver al culto de la nación, y arrojar del capitolio las furias ensangrentadas. Hablar en nombre de Colombia, no de la secta o el partido; ser Jefe de la Nación, no de un partido, y buscar el concurso de todos los hombres de buena voluntad.</p><p>Alrededor de la sangrienta guerra civil, había llegado a la mente de algunos hombres la idea de que el poder es botín de guerra; que la lucha armada debe continuar como plan de exterminio; que la patria es patrimonio del vencedor, y que la victoria da derecho para arrastrar a los vencidos por las calles públicas, atados a las colas de los caballos.</p><p>En aras de reconciliar los espíritus y de apaciguar ímpetus de venganza, el general Reyes abogó por gobernar con un gabinete bipartidista de reconstrucción y reconciliación nacional, pero esa medida en lugar de aclimatar la concordia, exasperó los odios de los sectores más dogmático su ultramontanos de su propio partido: el conservador.</p><p>Dos meses después de haber descubierto un plan de conspiración para asesinarlo por la razón ya enunciada la cual lo obligó a cerrar el congreso y convocar una asamblea constituyente, sin escoltas ni guardias de seguridad, el presidente Rafael Reyes daba su paseo habitual en coche hacia el barrio de Chapinero.</p><p>Lo acompañaba su hija Sofía de Valenzuela, y a la izquierda del cochero iba el capitán Pomar. Tres jinetes que los habían seguido desde la plaza de San Diego, dispararon nueve cartuchos de revólver contra el presidente y su hija en el sitio llamado Barrocolorado.</p><p>Mientras los malhechores se cebaban sobre las dos indefensas personas encerradas en el coche, imposibilitadas para moverse; Sofía apostrofaba a los cobardes que los atacaban, el capitán Faustino Pomar reaccionó con acierto e hirió en la pierna derecha al agresor Carlos Roberto González.</p><p>El coche y el sombrero de Sofía fueron atravesados por las balas, pero todos los pasajeros resultaron ilesos. El presidente ileso regresó a la ciudad, pero estaba desengañado y persuadido de que la obra corruptora de las pasiones banderizas había penetrado muy hondamente.</p><p>La noticia del suceso se esparció como pólvora. Las autoridades civiles y eclesiásticas; el cuerpo diplomático y consular; la población toda de la capital, se trasladaron en masa al palacio presidencial, para expresar al general Reyes, el júbilo de que su sangre no hubiese manchado nuestra historia, de que un crimen nefando no hubiese hundido a la república en un abismo de pesares y desgracias, la menor de las cuales no sería la de la disolución nacional.</p><p>Las autoridades judiciales y policiales reaccionaron con prontitud y eficiencia, apresando uno de los autores intelectuales y a los tres autores materiales. Instruidos los sumarios fueron sometidos a consejo verbal de guerra. Cuatro semanas después, el 6 de marzo de 1906, Juan Ortíz E., Carlos Roberto González, Fernando Aguilar y Marco Arturo Salgar, como autores principales del delito pasados por las armas en el mismo sitio en que se cometió el atentado.</p><p>Los cómplices y encubridores fueron condenados a penas de prisión, pero el cerebro del intento de magnicidio, el general conservador Pedro León se salvó, porque escapó de Bogotá en un caballo. Cuatro décadas después, y ya en el final de sus días, el polarizador dirigente político fue uno de los instigadores de la violencia tripartidista que se desató en Colombia tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.</p>1230005342013_Ediciones LAVPlibro_electonico_25cc5892-2767-32e3-bb65-59fe9085e1c4_1230005342013;1230005342013_1230005342013Ediciones LAVPEspañolMéxicohttps://getbook.kobo.com/koboid-prod-public/e6d4a986-e17d-424a-934e-21097ee64868-epub-75ff36d8-cf36-46d9-965b-4670dc61ecaf.epub2021-12-29T00:00:00+00:00Ediciones LAVP