La
fascinante y desconocida historia del británico que luchó por preservar los
cerezos en flor japoneses. En Japón cada primavera la floración de los
cerezos es una fiesta de los sentidos, y todo un símbolo de la cultura del
país. Lo que casi nadie sabe es que si hoy sigue vivo ese patrimonio de la
humanidad es gracias a un inglés llamado Collingwood Ingram, cuya historia
nos descubre este libro. Ingram, hijo de una familia rica, se interesó en su
adolescencia por la ornitología, y el entusiasmo lo llevó a viajar a Japón
para escuchar el canto de los pájaros de aquellos parajes. Con el tiempo fue
abandonando la pasión ornitológica y la sustituyó por la horticultura, y en
el país asiático quedó fascinado por las múltiples variedades de cerezos, de
las que se calcula que había unas doscientas cincuenta. Cuando en 1919 se
instaló con su familia en Kent, descubrió alborozado que en el jardín de la
casa había dos espléndidos cerezos japoneses, que cultivó con mimo.
https://www.gandhi.com.mx/el-hombre-que-salvo-los-cerezos7126684El Hombre que salvó los cerezos<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" width="231" style="width: 173pt;"><tbody><tr height="20" style="height:15.0pt">
<td height="20" class="xl86" width="231" style="height:15.0pt;width:173pt">La
fascinante y desconocida historia del británico que luchó por preservar los
cerezos en flor japoneses. En Japón cada primavera la floración de los
cerezos es una fiesta de los sentidos, y todo un símbolo de la cultura del
país. Lo que casi nadie sabe es que si hoy sigue vivo ese patrimonio de la
humanidad es gracias a un inglés llamado Collingwood Ingram, cuya historia
nos descubre este libro. Ingram, hijo de una familia rica, se interesó en su
adolescencia por la ornitología, y el entusiasmo lo llevó a viajar a Japón
para escuchar el canto de los pájaros de aquellos parajes. Con el tiempo fue
abandonando la pasión ornitológica y la sustituyó por la horticultura, y en
el país asiático quedó fascinado por las múltiples variedades de cerezos, de
las que se calcula que había unas doscientas cincuenta. Cuando en 1919 se
instaló con su familia en Kent, descubrió alborozado que en el jardín de la
casa había dos espléndidos cerezos japoneses, que cultivó con mimo.<br>
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