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2462012La Vistosahttps://www.gandhi.com.mx/la-vistosa-9781465566904/phttps://gandhi.vtexassets.com/arquivos/ids/3355022/b1f9c5fe-86c3-4c6a-af06-8a5aa0674bd2.jpg?v=638505735649700000111123MXNLibrary of AlexandriaInStock/Ebooks/<p>Conocí a Enriqueta, por mal nombre la Vistosa, cuando estaba en relaciones con mi amigo Perico, hombre tan celoso que se le antojaban los dedos huéspedes, lo cual unido a ser la muchacha demasiado comunicativa me hizo tratarla con exquisita precaución, deseoso de que por ningún pretexto se me pudiese acusar de un delito que yo era incapaz de cometer. Los negocios para que estábamos asociados, hacían necesario que Perico y yo nos viésemos a menudo; algunos días iba a comer con él, es decir, con ellos, pues vivía maritalmente en compañía de Enriqueta. Pocas mujeres tan agradables he conocido; sobre todo, tan listas. Pronto se dio cuenta de la extremada prudencia con que yo le dirigía la palabra, de mi empeño en esquivar todo exceso de confianza y del exquisito cuidado que ponía para que nunca nos quedásemos solos. Mortificada sin duda por suponer que en mi excesiva cautela había un fondo de mal disimulado desprecio, procuró desvanecer la prevención de que yo pudiera estar animado contra ella.</p>...2398264La Vistosa111123https://www.gandhi.com.mx/la-vistosa-9781465566904/phttps://gandhi.vtexassets.com/arquivos/ids/3355022/b1f9c5fe-86c3-4c6a-af06-8a5aa0674bd2.jpg?v=638505735649700000InStockMXN99999DIEbook20249781465566904_W3siaWQiOiJiZjMyOGU4YS0zZDgyLTRhYWEtOTYwNC1iM2ZhNzQxOWU4NjQiLCJsaXN0UHJpY2UiOjExMywiZGlzY291bnQiOjEyLCJzZWxsaW5nUHJpY2UiOjEwMSwiaW5jbHVkZXNUYXgiOnRydWUsInByaWNlVHlwZSI6Ildob2xlc2FsZSIsImN1cnJlbmN5IjoiTVhOIiwiZnJvbSI6IjIwMjQtMTEtMjBUMTk6MDA6MDBaIiwidG8iOiIyMDI0LTExLTMwVDIzOjU5OjU5WiIsInJlZ2lvbiI6Ik1YIiwiaXNQcmVvcmRlciI6ZmFsc2V9LHsiaWQiOiI2OWRkZTY2NC0zYWNmLTQ1NmItODdmYi0wNDg1ZDBiOGVjMTAiLCJsaXN0UHJpY2UiOjEyMCwiZGlzY291bnQiOjEyLCJzZWxsaW5nUHJpY2UiOjEwOCwiaW5jbHVkZXNUYXgiOnRydWUsInByaWNlVHlwZSI6Ildob2xlc2FsZSIsImN1cnJlbmN5IjoiTVhOIiwiZnJvbSI6IjIwMjQtMTItMDFUMDA6MDA6MDBaIiwicmVnaW9uIjoiTVgiLCJpc1ByZW9yZGVyIjpmYWxzZX1d9781465566904_<p>Los negocios para que estábamos asociados, hacían necesario que Perico y yo nos viésemos a menudo; algunos días iba a comer con él, es decir, con ellos, pues vivía maritalmente en compañía de Enriqueta. Pocas mujeres tan agradables he conocido; sobre todo, tan listas. Pronto se dio cuenta de la extremada prudencia con que yo le dirigía la palabra, de mi empeño en esquivar todo exceso de confianza y del exquisito cuidado que ponía para que nunca nos quedásemos solos. Mortificada sin duda por suponer que en mi excesiva cautela había un fondo de mal disimulado desprecio, procuró desvanecer la prevención de que yo pudiera estar animado contra ella. Una noche, en que creí encontrarles a ambos la hallé sola: hasta después de estar sentado en su gabinete no me dijo que Perico había salido, y cuando quise marcharme añadió entre seria y burlona: ¡Quiá, amiguito! tenemos que hablar. Aunque ese es un turco y Vd. todo un caballero, lo cual explica que Vd. me hable siempre con indiferencia o sequedad, como me consta que no es Vd. hipócrita ni intolerante, sino que tiene Vd. manga ancha y caridad para ciertos pecados, no me cabe la menor duda de que cuando Vd. me trata con el... con el desvío, con la antipatía, que me demuestra, es porque tiene de mí muy mala idea. Quise interrumpirle y no me dejó, siguiendo de este modo: Sí; le habrán hablado a usted mucho de mí; me lo figuro. Hay maldicientes de las mujeres honradas, que las calumnian por despecho de deseos frustrados, hasta por vanagloria, ¿y no los hemos de tener las que somos... cualquier cosa? Pero yo no quiero que usted tenga mala idea de mí... ¡Cuántas cosas le habrán a Vd contado! ¡Que soy interesada, codiciosa, egoísta, fría, insensible hasta el punto de que por mi culpa se suicidara un hombre! Vamos, que casi le puse yo el revólver en la mano, diciéndole.Anda hijo, ¿a que no te matas? Pues no me remuerde la conciencia. Soy alegre, por oficio, cuando no estoy sola; tengo cosas, como dice la gente, porque a falta de consideración algo hay que tener en la vida para no morirse de tristeza. Conque, oiga Vd., y júzgueme como quiera</p>(*_*)9781465566904_<p>Conocí a Enriqueta, por mal nombre la Vistosa, cuando estaba en relaciones con mi amigo Perico, hombre tan celoso que se le antojaban los dedos huéspedes, lo cual unido a ser la muchacha demasiado comunicativa me hizo tratarla con exquisita precaución, deseoso de que por ningún pretexto se me pudiese acusar de un delito que yo era incapaz de cometer. Los negocios para que estábamos asociados, hacían necesario que Perico y yo nos viésemos a menudo; algunos días iba a comer con él, es decir, con ellos, pues vivía maritalmente en compañía de Enriqueta. Pocas mujeres tan agradables he conocido; sobre todo, tan listas. Pronto se dio cuenta de la extremada prudencia con que yo le dirigía la palabra, de mi empeño en esquivar todo exceso de confianza y del exquisito cuidado que ponía para que nunca nos quedásemos solos. Mortificada sin duda por suponer que en mi excesiva cautela había un fondo de mal disimulado desprecio, procuró desvanecer la prevención de que yo pudiera estar animado contra ella.</p>...9781465566904_Library of Alexandrialibro_electonico_3edff120-5614-4d74-98e9-3c021db9bf20_9781465566904;9781465566904_9781465566904Jacinto OctavioEspañolMéxicohttps://getbook.kobo.com/koboid-prod-public/markmoxford-epub-f992f353-7713-41ac-9443-209095811934.epub2024-05-08T00:00:00+00:00Library of Alexandria